Literatura de la EBCU
El acontecimiento pascual,
su importancia en la cristología.
Los evangelios no son relatos biográficos. Son confesiones de Fe; esto es, expresan la convicción de unos hombres para los que el conocimiento pascual transformo el conocimiento que tenían de Jesús y su percepción de la existencia. Desde entonces, si se quiere hacer una reflexión sobre el significado presente de Jesús, es imposible prescindir de este dato fundamental. Dedicaremos este primer capítulo a esta importancia del acontecimiento pascual en la elaboración de una cristología. Después de haber indicado su alcance en el testimonio que dieron los discípulos de Jesús y de señalar cuales son las dos maneras erróneas de integrarlo en una cristología, intentare presentar una solución.
1. La pascua y el testimonio de los apóstoles.
“Dios ha hecho Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros cruficasteis” (Hech. 2, 36). Pedro expresa con estas palabras la consecuencia para Jesús de aquello de que dan testimonio el mismo y los demás apóstoles: al crucificado lo ha resucitado Dios. Si Jesús es proclamado “Señor” con todo derecho, esto es, si ejerce desde ahora una función que tradicionalmente entre los judíos se le reconocía a Dios, es en virtud de su victoria sobre la muerte. Un difunto no tiene poder ninguno para tratar con los hombres ni pesar sobre los acontecimientos o ser dueño de lo que constituyo su vida terrena. Los antiguos que rechazaban para sus difuntos la nada absoluta, se los representaban prisioneros de un destino implacable o llevando una vida de larvas. Jesús se impuso como vivo a aquellos discípulos que le habían visto morir vuelve a tomar la iniciativa de su comunicación con ellos, se ríe de las potencias que le han condenado, es libre, es Señor de la historia. Juan, en su Apocalipsis, presenta una visión radiante de Cristo:
vestido de un manto ceñido a la cintura por un cinturón de oro;
su cabeza u sus cabellos blancos como la lana blanca,
como la nieve, y sus ojos como llama de fuego,
y sus pies semejantes al bronce purificado en el crisol,
y su voz como el ruido de aguas caudalosas,
y tenia en su mano derecha siete estrellas,
y de su boca salía una espada tajante de dos filos,
y su mirada era como el sol que resplandece en su poderío.
Y cuando le vi, caí a sus pies como muerto;
Y el puso su mano derecha sobre mí diciendo:
No temas;
Yo soy el primero y el último, el que vive,
Y he estado muerto,
Y ya ves que estoy vivo por lo siglos de los siglos,
Y tengo las llaves de la muerte y del infierno.
(Ap. 1, 13-18).
Eso es ahora aquel Jesús: es el que vive, aquel al que nadie puede arrebatar la vida, el que no es esclavo de ninguna condición impuesta por las estructuras naturales y sociales o por la fantasía de los hombres, el que es libre con aquella libertad que se piensa es la de Dios. ¿hay alguna medida en común entre esa existencia majestuosa y la del hombre Jesús del que dan testimonio los relatos evangélicos?.
continuará....